
Jóvenes, solteros, argentinos y varones: ésas son las características del grupo mayoritario de cartoneros. Casi las dos terceras partes son hombres y una tercera parte tienen entre 19 y 29 años. La tarea parece no ser apta para personas mayores. A medida que sube la edad, disminuye la cantidad de gente. Pero hay un dato preocupante, sobre todo si se tiene en cuenta que la edad mínima requerida para responder a la encuesta hecha por el Gobierno porteño era 14 años.
El Gobierno nacional hace gala de su política de derechos humanos, quizás por ser la única que ha tenido a lo largo de todos estos años y que ha hecho revivir enfrentamientos que la sociedad, en su mayoría, ya tenía cerrados.
Los derechos humanos de los que se jacta y defiende el gobierno de los Kirchner son los de los terroristas Montoneros y del ERP de los '70. No existen otros, para ellos.
Pero, ¿quién se hace cargo?, si no es el Gobierno nacional de los derechos humanos de los argentinos que mueren como moscas hoy o mañana, pero mueren al fin, que son los niños y los adultos que comen y manipulan basura a diario. Esos a los que la sociedad y los medios han calificado como cartoneros.
Quién desde arriba, en lugar de pensar en los derechos humanos de los muertos por terrorismo hace más de 30 años atrás, le presta atención a cómo se enferman y mueren los cartoneros y, a cómo cada día se enrolan más los jóvenes en las huestes numerosas de los adictos a la drogas de todo tipo y capacidad de destrucción.
No será hora de pensar que los verdaderos nuevos oligarcas de hoy son los traficantes de drogas, del juego, de la prostitución, de la basura. También esta realidad es desconocida por la pareja gobernante que se ha quedado en el diseño de una argentina desaparecida hace mucho tiempo donde los oligarcas eran parte de la gente de campo. Hoy, ya no.
Las palabras dichas por el cardenal Bergoglio son una descripción clara de la realidad de nuestros días, al expresar:
“La asamblea de 1813 abolió la esclavitud pero ahora, hay más esclavos que antes”.
Bergoglio con una anécdota siguió diciendo:
“He visto un carro cargado de cartones e intuí la presencia de un caballo, sabiendo que en la Ciudad está prohibida la tracción a sangre”.
“Pero no, los que tiraban del carro eran dos niños que no tenían más de doce años. ¿Eso no es tracción a sangre?”.
"Jesús dice: no juzguen y no condenen, porque lo que uno ve no es todo lo que hay, no sabemos lo que hay en el corazón de hombres y mujeres que son llevados a situaciones extremas, de esclavitud”.
Gustavo Carrara, el cura párroco de la Virgen Inmaculada de Villa Soldati, fue uno de los sacerdotes que compartió aquel momento con Jorge Bergoglio, y así reflexionó:
“Hoy la sociedad privilegia el dinero y el poder, mientras que la persona es tratada como una mercancía más”.
Los cartoneros, aquellas personas que trabajan reciclando lo que otros consideran basura, viven, en su mayoría, en los barrios de la provincia de Buenos Aires. Allí construyen sus casas, entre verdes campos y pobreza. La misma que los hizo huir de sus pueblos del interior del país.
Los cartoneros, surgidos a raíz de la crisis económica de 2001, deben ir por las calzadas, junto a los automóviles, motos, camiones y colectivos. Algunos de todos estos rozan sus carros muy frecuentemente. Por lo que, además de tener que respirar el humo de los tubos de escape, trabajan con el peligro permanente de ser atropellados.
Los cartoneros que antes llamaban la atención se han transformado en habitantes comunes del nuevo paisaje urbano. Son aquellos que aparecen con las últimas luces del día y se hacen dueños de las calles de la ciudad durante la noche.
Las precarias estadísticas que posee la argentina señalan que existen cerca de 40 mil cartoneros en la ciudad de Buenos Aires y casi el doble en el conurbano bonaerense. Son, en su enorme mayoría habitantes de villas de emergencia.
Manipulando la basura, ingiriendo esa basura y viviendo en las zonas más precarias están en el extremo más cercano a contraer enfermedades de todo tipo. Los cartoneros sobreviven de lo que encuentran en las bolsas de residuos. Muchos de ellos son niños y otros más grandes van acompañados por estos y se los puede ver alimentarse de los restos de la misma basura, vencida, contaminada, visitada por cucarachas, hormigas, ratas.
Las familias cartoneras se alimentan de la propia basura. Desde HIV hasta gangrenas, son parte de las enfermedades que acosan a los indigentes de la noche y, porque no decirlo también de buena parte del día.
Miles de cartoneros ingresan diariamente a la Capital --una cantidad mayor aún hace lo propio en las calles de la Provincia--. Los cartoneros caminan un promedio de 15 kilómetros para poder recolectar el material que luego venden a distintas cooperativas.
Los menores de edad son precisamente el sector más castigado por la miseria. Así vemos como se ha incrementado el embarazo prematuro, y el incesante consumo de drogas en chicos en menores incluso a los 10 años.
Ocho años es la edad promedio de los niños que comienzan a drogarse con la denominada pasta base, una mezcla de restos de cocaína y cenizas que se aspira en latas de gaseosas.
En tanto, la edad promedio de adolescentes que quedan embarazadas son los 15 años, llegando a registrarse infinidad de casos en que niñas aún menores a esa edad tienen más de un hijo.
Los cartoneros que diariamente recorren las calles porteñas están expuestos a contraer peligrosas enfermedades infecciosas, como el HIV, gangrenas y leptospirosis, por la recolección o manipulación inadecuada de la basura.
Las miles de personas que hacen del cirujeo su medio de subsistencia corren el riesgo de contraer esas enfermedades por heridas causadas por materiales cortantes presente en los residuos.
Otras vías de infección, en tanto, son la contaminación de la basura por excreciones y secreciones de animales domésticos o a causa de sustancias orgánicas en mal estado.
Las enfermedades que pueden transmitirse por esos mecanismos son las siguientes:
- Por material cortante: HIV, tétanos, hepatitis B, botulismo, linfagitis, bacteriemia, sepsis, piodermitis estrectocópicas y estafilocócicas, abscesos, flemones, miositis, gangrena gaseosa y fascitis necrotizante.
- Por contaminación con excreciones o secreciones provenientes de animales: Por orina de roedores, leptospirosis y hantavirus.
- Por materia fecal de roedores: salmonelosis.
- Por orina y materia fecal de perros: leptospirosis y parasitosis intestinales.
- Por materiales provenientes de gatos: toxoplasmosis, toxocariosis y tuberculosis.
- Por contaminación de sustancias orgánicas presentes en la basura: carbunclo cutáneo, toxoplasmosis, enterobacterias y enteroparásitos, dermatitis alérgicas, conjuntivitis.
Jóvenes, solteros, argentinos y varones: ésas son las características del grupo mayoritario de cartoneros, de acuerdo con los datos de un relevamiento. Casi las dos terceras partes son hombres y una tercera parte tienen entre 19 y 29 años. La tarea parece no ser apta para personas mayores. A medida que sube la edad, disminuye la cantidad de gente. Pero hay un dato preocupante, sobre todo si se tiene en cuenta que la edad mínima requerida para responder a la encuesta hecha por el Gobierno porteño era 14 años: el 15,6% de los entrevistados no supera los 18 años.
“Varias veces me he pinchado”, nos cuenta una nenita de tan solo siete años, mientras recoge dos pequeñas jeringas sin agujas, provenientes de desechos de hospital.
“Una vez me corté y me reventaron las venas”, nos dijo esta niña, recordando cuando se hirió el pie con un vidrio roto. Estos pequeños prácticamente viven en los basureros, sin servicios de agua y desagüe, y que tienen como su principal fuente de ingresos el reciclaje de basura.
Muchos niños ya nacen y crecen en un mundo donde la pobreza es lo único que conocen.
El ausentismo o el bajo rendimiento escolar es una realidad común a los niños recicladores de basura, perpetuándose así el círculo vicioso de la pobreza. Muchos de ellos mueren.
En una reciente edición del diario La Nación, la del 10 de julio de este año, bajo el título “Un viaje a la Argentina del siglo pasado, a 30 minutos del Obelisco”, la cronista relataba que en Ingeniero Budge las familias conviven con lepra, tuberculosis e infecciones.
La nota sigue diciendo: Estamos en el momento más crítico. Con el frío, los chicos se nos mueren como moscas. Y acá no hay remedios "Yo vi mucha pobreza, pero esto... esto es miseria humana", dice Victoria con un hilo de voz. Es un comentario, pero suena a advertencia. Internarse en las calles de piedras de Villa Lamadrid, en Ingeniero Budge, es como desandar el camino del progreso.
Allí se esconden, silenciosas, la tuberculosis, la lepra, infecciones y una desnutrición que deja a los niños chiquitos para siempre. Es que el aire y el agua enferman a los vecinos.
Mientras tanto, el saqueo al campo para alimentar una caja que organiza contramarchas y actos donde mueren los “clientes” que saben conseguir para ir a vivar o a morir. La vida humana de los más pobres carece de derecho alguno en la Argentina del siglo XXI, mientras sí la tienen los muertos de los años setenta del siglo XX.
La sensatez no tiene lugar. La insensatez mata, al igual que la corrupción.
En lugar de poner más retenciones porque no evitamos con normas precisas que la basura no sea el alimento ni el sustento de nadie. Y, los que hoy ejercen ese denigrante y luctuoso peregrinar puedan ser absorbidos por la gente de campo para tener techo, trabajo, salud, educación.
Pensar está prohibido. Robar, no.
Las palabras del Cardenal Jorge Bergoglio, lo dicen todo:
“Levantemos techos, abramos puertas, gritemos esta libertad, lloremos, a nuestro pueblo le hace falta llorar”.
POR JORGE HÉCTOR SANTOS